03/04/2025
Hay días en los que todo parece cuesta arriba. El despertador suena demasiado pronto, la rutina aprieta, la lista de tareas no para de crecer, y uno va por la vida con el ceño fruncido, casi sin darse cuenta. Pero entonces ocurre algo tan simple como inesperado: alguien te sonríe.
Y no es una sonrisa cualquiera. Es de esas que llegan suaves, sin ruido, que se cuelan en tus sentidos como una brisa cálida. De repente, algo dentro de ti cambia. Te relajas. Te sientes visto. Y por un segundo, aunque no haya cambiado nada afuera, todo parece un poco más llevadero.
Esa es la magia de una sonrisa: un gesto mínimo, casi imperceptible, pero que tiene el poder de transformarnos por dentro.
Recuerdo una experiencia de equipo con los compañeros de trabajo, en la que nos invitaron a participar en una sesión de risoterapia. Había oído hablar de ellas sin apenas darles crédito. De hecho, al principio me pareció la cosa más absurda del mundo. ¿Reír sin ganas? ¿Fingir una carcajada? Me parecía ridículo. Pero decidí intentarlo.
Lo que pasó después fue inesperado: entre risas forzadas, ojos que se encontraban, cuerpos que se contagiaban de una risa sin motivo, algo se desbloqueó. Acabé llorando de la risa, con dolor en la barriga y el corazón más ligero que en meses. No entendía del todo por qué me sentía tan bien... pero lo sentía.
Más tarde, buscando entender esa transformación, descubrí que la sonrisa —incluso cuando no es del todo sincera— activa los mismos circuitos cerebrales que la alegría verdadera.
Un estudio de la Universidad de Kansas lo confirmó: las personas que sonríen, incluso de forma intencionada, tienen menor frecuencia cardíaca en situaciones de estrés, lo que indica que el cuerpo se relaja. Es como si el cerebro pensara: “Ah, estás sonriendo, entonces todo debe estar bien”. Y eso desencadena una reacción en cadena: liberamos endorfinas, dopamina y serotonina, sustancias que no solo nos hacen sentir placer y bienestar, sino que también fortalecen el sistema inmunológico, reducen la inflamación, mejoran la digestión, nos ayudan a dormir mejor y aumentan nuestras posibilidades de recuperación. Como si una sonrisa fuera un interruptor que enciende todos los sistemas de cuidado interno del cuerpo.
Tal Ben-Shahar, experto en psicología positiva, en su libro Elige la vida que quieres: 101 claves para no amargarse la vida y ser feliz, menciona una de sus técnicas preferidas frente al pánico escénico. Cada vez que va a dar una charla frente a cientos de personas —con el lógico miedo escénico que eso genera—, se obliga a sonreír antes de subir al escenario. No porque tenga ganas, sino porque sabe que, al hacerlo, su cuerpo comenzará a sentirse mejor, más seguro, más relajado.
Este es un claro ejemplo de cómo podemos modificar nuestros sentimientos y reacciones fisiológicas. Ha fingido una sonrisa hasta generar una emoción real, lo que en inglés se conoce como fake it until you make it.
Eso me hizo pensar: ¿cuántas veces esperamos a “sentirnos bien” para sonreír, cuando en realidad podríamos usar la sonrisa para empezar a sentirnos bien?
Por tanto, aunque no tengas ganas: sonríe.
Algunas veces tu alegría es la fuente de tu sonrisa, pero a veces tu sonrisa puede ser la fuente de tu alegría.
THích Nhat Hanit.
Gretchen Rubin, en su libro Objetivo: Felicidad, propone una idea maravillosa: actúa como quieres sentirte. Si quieres estar de buen humor, ríe. Si quieres sentirte en paz, respira hondo. Si quieres alegría, sonríe como si ya la tuvieras.
Es algo que he empezado a practicar. Cuando me siento apagada o estancada, me obligo a levantar la mirada, a sonreír al espejo (sí, aunque me sienta ridícula), y a buscar algo —lo que sea— que me haga gracia. A veces es un vídeo tonto; otras, un recuerdo absurdo de la infancia. Pero casi siempre, sin darme cuenta, empiezo a reírme de verdad.
En este caso, estamos usando la sonrisa como una medicina casera. Y encima, es gratis.
Cuando sonríes, no solo lo nota tu cara. Lo nota todo tu cuerpo. Se suavizan los hombros. Se expande el pecho. La mirada se aclara. Y, de algún modo, hasta los pensamientos se ordenan.
Es como si, al sonreír, el cuerpo recordara que está a salvo, que no necesita estar en alerta. Ese gesto sutil le dice al sistema nervioso: puedes descansar un momento. Y entonces, sin esfuerzo, empiezas a sentirte más tú. Te sientes más despierto y con el cuerpo en sintonía.
Una propuesta para ti: el reto de la sonrisa
Hoy quiero proponerte algo. Un pequeño reto que puede parecer sencillo, pero que esconde un gran poder:
Cada mañana, al levantarte, sonríe frente al espejo durante 30 segundos.
Cada noche, antes de dormir, ríete durante un minuto. Aunque no tengas ganas. Aunque sea fingido.
Y durante el día, busca momentos para sonreír conscientemente. Al saludar. Al mirar a alguien. Al pensar en ti.
Cada vez que sonríes a alguien, es una acción de amor, un regalo para esa persona, algo hermoso.”
— Madre Teresa de CalcutaHazlo durante una semana. Solo una. Y al final, pregúntate:
¿Ha cambiado algo en mí?
¿Me siento diferente al iniciar el día?
¿Son más amables mis conversaciones?
¿He conectado con alguien de otra manera solo por sonreír?
También puedes ver películas cómicas o imaginarte las situaciones más divertidas o disparatadas que se te ocurran. Pensar en algo agradable que te provoque una sonrisa natural hace que tu cuerpo se llene de oxitocina, lo que te ayuda a sentirte feliz y optimista. Recuerda: no es perder el tiempo, es salud.
Porque al final...
Una sonrisa es mucho más que un reflejo de la felicidad.
Es una herramienta para provocarla.
Es un puente entre el cuerpo y la emoción, entre lo que sentimos y lo que queremos sentir.
Es una forma de cuidar de ti, de acercarte a los demás, de hacer del mundo —al menos del tuyo— un lugar un poco más amable.
No subestimes ese pequeño gesto. No lo reserves solo para cuando todo esté bien.
Úsalo para empezar a estar bien.
Y si hoy no tienes ningún motivo para sonreír, sonríe de todos modos.
Tal vez no lo sepas aún, pero acabas de darte uno.
La sonrisa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano.”
— Victor Hugo