08_abril-“Plantar un bonsái en primavera (y cómo volver a florecer a cualquier edad)”
08/04/2025
“Plantar un bonsái en primavera (y cómo volver a florecer a cualquier edad)”
Hace unos días, caminando sin rumbo fijo por una tienda Tiger, me topé con algo que no estaba buscando: un pequeño kit para plantar un bonsái. Una caja de cartón sencilla, con tierra comprimida, unas cuantas semillas y una maceta mínima. La tomé sin pensarlo demasiado, como quien se lleva un capricho barato que probablemente termine olvidado en una estantería. Pero esa noche, al abrir el kit, algo se despertó en mí.
Hay algo profundamente simbólico en plantar una semilla. Sobre todo, una semilla que promete convertirse en un bonsái, ese árbol paciente, milenario, que crece a su propio ritmo. Preparar la tierra, humedecerla, esconder la semilla bajo una fina capa de sustrato, y luego simplemente esperar. Sentí una especie de calma, como si el acto físico estuviera conectado con algo más profundo. Me di cuenta de que en ese gesto pequeño había una metáfora muy poderosa: plantar una semilla es plantar una posibilidad.
Y entonces recordé algo: eso era exactamente lo que hacíamos de niños, todo el tiempo.
La infancia y la adolescencia son, sin duda, la primavera de nuestra vida. Todo florece en esos años: los sentidos, la imaginación, la identidad. Es la etapa en la que sembramos nuestras raíces emocionales, cognitivas, sociales. Y lo hacemos a través de la curiosidad, esa fuerza vital que nos impulsa a tocarlo todo, a probar, a preguntar por qué el cielo es azul o qué pasa si mezclo leche con coca cola, o paté con mermelada.
Cada primera vez es una semilla.
La primera vez que montamos en bicicleta, que cocinamos algo solos, que sentimos amor o rabia.
La primera vez que entendemos algo difícil.
La primera vez que fallamos y volvemos a intentar.
Como la semilla del bonsái, en esos años todo está lleno de potencial. Y lo importante no es que la planta crezca rápido o perfecta, sino que eche raíces. Que encuentre un entorno seguro para desarrollarse. Que tenga agua, luz y alguien que la cuide con paciencia.
Pero hay algo que me conmueve todavía más: esa etapa no tiene por qué ser solo un recuerdo.
La primavera de la vida es breve, pero siembra flores que florecen toda la existencia. Anónimo
La falsa idea de que “ya es tarde”
Y de pronto, esa pasión por lo nuevo, por el asombro se consideran de una época pasada de la niñez. Con el paso de los años uno se va “llenando” de certezas, de hábitos, de rutinas… hasta que ya no queda espacio para descubrir. Empezamos a vivir en automático, como si la vida fuera un conjunto de tareas que simplemente hay que realizar.
Y sin darnos cuenta, dejamos de hacer preguntas. Dejamos de experimentar.
Nos apagamos un poco, como plantas a las que se les olvidó el sol.
Pero la ciencia tiene algo que decirnos: el cerebro no se detiene ahí. La neuro plasticidad es la capacidad del cerebro para adaptarse, cambiar y crear nuevas conexiones a lo largo de toda la vida. Sí, toda la vida. No solo cuando somos niños o adolescentes, sino también a los 40, 60, 80 años.
Cada vez que aprendemos algo nuevo, que rompemos una rutina, que nos enfrentamos a una situación diferente, el cerebro responde. Se reorganiza. Crea nuevas vías, como raíces que se extienden buscando agua en otra dirección.
Eso significa que podemos seguir creciendo. No solo en conocimiento, sino en sensibilidad, en creatividad, en empatía.
Y lo más hermoso es que muchas veces basta con pequeños gestos para activar esa primavera interior.
La rutina tiene algo cómodo, sí. Nos da estructura. Nos ahorra decisiones. Pero cuando se vuelve rígida, nos adormece. Apaga la chispa de la curiosidad. Nos hace creer que ya no hay nada nuevo bajo el sol.
Pero lo cierto es que nunca es tarde para sorprenderse. Nunca es tarde para sentir una primera vez. Aquí algunos ejemplos sencillos –y profundamente poderosos– de cómo volver a florecer:
Aprender algo completamente nuevo: un idioma, tocar un instrumento, una técnica artesanal.
Cocinar con especias o ingredientes que nunca usaste.
Cambiar de camino al caminar al trabajo o hacer las compras.
Escuchar un género musical que nunca te atrajo y dejar que te emocione sin juicio.
Hablar con personas de otra generación y escuchar su forma de ver el mundo.
Leer un libro que te incomode, que desafíe tus ideas.
Escribir. Dibujar. Jugar. Bailar sin que nadie mire.
Decir “sí” a algo que normalmente evitarías por miedo o vergüenza.
Cada uno de estos actos es una forma de romper la costra de la rutina. De dejar que entre luz en rincones dormidos.
Hay una idea cultural que nos dice que a determinada edad “ya está”. Ya elegiste tu camino. Ya sabes quién eres. Pero eso es solo un relato aprendido. La verdad es que podemos reinventarnos a cualquier edad, y no de forma drástica, sino lenta, auténtica, como un bonsái.
Hay personas que a los 60 empezaron a pintar, a escribir, a viajar solas por primera vez. Que a los 70 se enamoraron, que a los 80 aprendieron a usar TikTok y descubrieron una comunidad, el coronel Sanders, por ejemplo creo su propio restaurante de pollo frito al tener una pensión modesta con la que no podía vivir. Y se hizo multimillonario.
El cerebro no te pide juventud. Te pide novedad, movimiento, desafío.
Y el alma tampoco necesita grandes aventuras: solo necesita sentir que sigue viva.
Volviendo al bonsái que planté, todavía no ha brotado. Lo riego con cuidado. Lo pongo al sol, y al resguardo del viento. Le hablo a veces, como si pudiera entender que estoy apostando por su futuro. Y me doy cuenta de que esa espera también es parte del proceso.
Porque, así como no se puede forzar una planta a crecer más rápido, tampoco podemos apurar nuestras propias transformaciones. Pero sí podemos preparar el terreno. Abrirnos. Cambiar la mirada.
Planté un bonsái pensando que era un juego.
Y terminé recordando que yo también puedo volver a brotar.
Que todos podemos. Siempre.
La primavera de la vida no es una etapa.
Es una actitud. Una forma de mirar. De sentir. De estar.
Mientras sigamos haciéndonos preguntas, mientras sigamos buscando nuevas sensaciones, mientras no perdamos el deseo de crecer, seguiremos en flor.
Así que planta una semilla, literal o simbólica.
Haz algo por primera vez.
Permítete el asombro.
Vuelve a vivir como si fueras niño, no con ingenuidad, sino con curiosidad.
Porque la edad no mata la primavera.
La mata el miedo. La costumbre. La renuncia.
Pero si riegas tu mente y tu alma con lo nuevo, lo incierto, lo hermoso,
entonces, florecerás.
Primavera no es una estación del año, es un estado del alma. Anónimo.