09-abril-Bridget Jones y yo: cuatro películas, cuatro décadas, una sola vida
cine, Bridget Jones
09/04/2025
Hace unos días fui al cine con mis amigas a ver la última película de Bridget Jones. Entramos como siempre: con palomitas y la bolsa de chuches camuflada en el bolso (porque el ritual no se negocia), susurros nerviosos al elegir butacas y esa emoción cálida —casi adolescente— de saber que vas a reencontrarte con una vieja amiga que, a pesar de los años, sigue igual de torpe, entrañable… y fabulosa. Porque eso es Bridget para mí: una especie de hermana espiritual con la que he crecido, llorado de la risa y tropezado (a veces literalmente) durante más de treinta años. Ella ha ido cumpliendo décadas a la par que yo, y cada película ha sido como un espejo emocional de la etapa que estaba viviendo.
La primera vez la vi a los treinta. El diario de Bridget Jones (2001). Tenía un trabajo que me gustaba más o menos, una nevera más bien triste, y una lista de propósitos tan ambiciosa como absurda: adelgazar cinco kilos, leer más y enamorarme de alguien decente. Bridget cantaba “All by myself” con una copa de vino, bata de cuadros y lágrimas en los ojos, y yo la miraba pensando: “esa podría ser yo”. Su sujetador gigante bajo la blusa transparente, su desesperación adorable, su diario lleno de números y dudas... Parecida a mí, solo que con acento británico. Y esa sopa azul... ¡ay, esa sopa! Quería impresionar a sus invitados y terminó sirviendo un estofado extraterrestre. Y, aun así, todos la querían. Porque Bridget nunca lo hace todo bien, pero siempre lo hace con el corazón.
Recuerdo verla y pensar que por fin alguien se atrevía a mostrar en pantalla a una mujer real, con inseguridades, con celulitis, con una báscula que la miraba con desprecio por las mañanas. Nos reíamos, sí, pero también nos reconocíamos. Y cómo no entenderla cuando suspiraba por Hugh Grant (Daniel Cleaver), pero prefería a Colin Firth (Mark Darcy). Un claro guiño a Orgullo y prejuicio, mi novela favorita. Y mi Darcy también.
A los cuarenta llegó Bridget Jones: Sobreviviré (2004). Ya con menos ingenuidad, más conciencia… pero aún sin instrucciones claras. Bridget viaja a Tailandia, se vuelve a liar con el encantador (y tóxico) Daniel, y termina en la cárcel, cantando “Like a Virgin” con una escoba por micrófono junto a otras reclusas. Glorioso. Y ahí pensé: a esta edad una puede acabar en cualquier parte. Literalmente.
Yo ya tenía algunas certezas: sabía lo que no quería, aunque aún no tuviera claro lo que sí. El cuerpo ya no era el mismo —ni falta que hacía—, y mis prioridades empezaban a girar: menos dramas amorosos, más tardes tranquilas, menos promesas eternas y más realidades posibles. Pero seguía sintiéndome identificada con Bridget cuando se metía en líos innecesarios o se dejaba llevar por un impulso mal calculado. Como cuando intenta lanzarse en paracaídas y termina colgada de una escalera de incendios… con las bragas al aire. Porque sí, la dignidad también es relativa. Y porque todas tenemos ese momento en que nos preguntamos: ¿cómo llegué aquí?
La película me hizo reír, pero también me abrazó. Me recordó que no hay edad para equivocarse, para volver a confiar en quien no lo merece, o para redescubrir lo que nos hace vibrar. Lo importante, como Bridget, es seguir en pie, aunque sea con el rímel corrido y los tacones en la mano.
A los cincuenta llegó Bridget Jones’ Baby (2016). Otra piel, más historia, menos drama… o eso creíamos. Bridget, embarazada, sin saber quién es el padre: ¿Mark Darcy o Jack Qwant, el apuesto americano interpretado por Patrick Dempsey? El caos vuelve, pero con menos culpa y más ternura. Me encantó ver una versión de ella más serena, más luminosa, más capaz de reírse de sí misma sin hacerse daño. Una escena que no olvido: se le rompe la silla en una reunión, justo cuando proyectan su ecografía al revés en una pantalla gigante. Tragedia visual. Comedia asegurada. Y, sin embargo, ahí está: ridícula y adorable. Como todas nosotras cuando la vida nos da la vuelta… y nosotras, aun así, sonreímos.
Y ahora, otra vez con más de cincuenta, llega Bridget Jones: Mad About the Boy. Bridget, viuda de Mark Darcy, madre de dos hijos, atrapada entre hashtags, aplicaciones de citas y una maternidad desbordante. Más profunda, más frágil… pero más viva que nunca. La vi y me sorprendió lo cerca que me sentía de esa versión suya: la que se despierta a medianoche con mil cosas en la cabeza, la que duda de su capacidad, pero sigue adelante. La que se ríe, aunque esté rota por dentro, o precisamente por eso.
Una escena gloriosa —y completamente bridgetiana— es cuando intenta usar Twitter por primera vez. Se obsesiona con los likes, los seguidores, y termina, medio ebria, enviando un tuit desastroso mientras está en bata, comiendo galletas con queso. “¿Qué demonios es un DM? ¿Y por qué todo el mundo sabe que llevo calcetines de renos en agosto?” Y sí, todo internet también lo sabe. Y sí, todas nosotras también hemos enviado un mensaje que no debíamos… o a quien no debíamos.
Lo mejor de esta última película fue darme cuenta de que seguimos aquí. Con más arrugas, sí. Pero también con más historias, más amigas, más carcajadas. Y aunque yo me sigo quedando con la primera —quizá porque me recuerda esa juventud imperfecta y luminosa—, esta última me abrazó diferente: con ternura, con gratitud, con un suspiro que decía “estamos bien”. Salimos del cine envueltas en olor a palomitas, con risas en el pasillo y un viento frío que nos hizo abrazarnos fuerte. Y mientras caminábamos, sentí algo muy claro: mi cuerpo ha cambiado, sí… pero mi alma seguía ligera, curiosa, como una página en blanco.
Porque Bridget, década tras década, me ha recordado lo mismo:
que la vida no es perfecta,
que el amor aparece en formas torpes y gloriosas,
que no hay edad para volver a empezar,
y que una puede seguir adelante, incluso con unos kilos de más, la autoestima arrugada… y el sujetador mal abrochado.
Y yo, como ella,
todavía tengo mucho por contar.