10 mayo- Domingos de Tesoro: Un Paseo por el Mercadillo Vecinal
10 de mayo- Mercadillo vecinal
10/05/2025
Hay pequeños placeres que, con el tiempo, se convierten en rituales del alma. Para mí, el mercadillo de segunda mano que se celebra cada primer domingo de mes en mi localidad es, precisamente, eso: un paréntesis en la rutina, un espacio donde el tiempo se afloja y la mañana adquiere una textura más amable.
Me gusta imaginarlo como un mapa del tesoro. Cada puesto es una isla por explorar, cada objeto, una historia a medio contar. No llevo lista ni propósito fijo. No voy a buscar: voy a encontrar. Y siempre, de alguna forma misteriosa, encuentro algo. A veces es un libro con anotaciones de otro lector; otras, una taza de porcelana de Limoges, huérfana, que parece haber acompañado muchas conversaciones. O, como hace unos meses, una escribanía de madera antigua que me hizo imaginarme escribiendo allí, en silencio, sintiéndome escritora.
Pasear entre los puestos, entre vecinos y sonrisas cómplices, tiene algo de ceremonia íntima, casi secreta. Hay una belleza especial en dejarse sorprender, en no perseguir nada y, sin embargo, estar abierta a todo. Porque a veces, lo que uno encuentra es más profundo que el objeto en sí: es la emoción que despierta, la escena que se proyecta, el instante detenido.
Hoy, por ejemplo, me traje una taza para infusiones, con tapa y cestillo, decorada con flores y tulipanes en tonos tierra. Apenas la vi, supe que era para mí. La imaginé entre mis manos en una tarde fría, mientras la lluvia acaricia los cristales. Junto a ella, un juego de cubiertos con mango beige, sencillos, pero con un aire nostálgico y romántico. No los necesitaba, pero eran el complemento perfecto para la taza. Me encontraron, como suele pasar aquí. Porque más que cosas, lo que traigo a casa son escenas futuras, pequeños fragmentos de vida que aún no han ocurrido.
Y esa es la magia.
En medio de esa deriva encantadora, me acerqué a las cajas de libros, siempre el rincón que más me llama. Y entonces, entre lomos gastados, lo vi: Domina, de Barbara Wood. Encuadernado en pasta dura, con su cinta de marcador intacta y un aire vintage irresistible. Fue como encontrar una carta escrita por mi yo adolescente. Lo leí hace años, fascinada por la historia de Samantha Hargrave, una mujer decidida a convertirse en médica en el siglo XIX. Volver a él ahora fue como saludar a una vieja amiga, a esas tardes veraniegas en la piscina de mi adolescencia. Una amiga que no ha olvidado nada.
Ese reencuentro fue lo más emocionante del día. Domina dejó una huella profunda en mí, una chispa de rebeldía que entonces no sabía cómo nombrar. Tenerlo de nuevo entre las manos fue un recordatorio íntimo de la fuerza, la determinación y los sueños que no se negocian. Hay libros que no se leen una sola vez; se habitan en distintos momentos de la vida, y en cada uno revelan algo nuevo. Leerlo hoy, con más vida vivida, será otra experiencia. Ya no solo admiro a Samantha, ahora la entiendo. Sus dudas, su coraje, su inconformismo… todo resuena de una forma distinta. Como si el libro me hubiera estado esperando.
Pero no fue el único hallazgo. También encontré una pequeña colección de biografías, todas a un euro: dos de escritores —Ernest Hemingway y Pablo Neruda—, y tres de figuras del cine clásico —Grace Kelly, Humphrey Bogart y Frank Sinatra. Historias reales, de vidas intensas, que ahora esperan un lugar en mis estanterías… y en mis tardes tranquilas.
Leer biografías tiene algo de voyeurismo amable. Es, en cierto modo, asomarse a los rincones de otra vida: sus contradicciones, debilidades, amores y fracasos. Hay una fascinación natural en observar cómo otros han vivido, sobre todo si son figuras públicas. Pero no se trata solo de mirar por curiosidad, sino de comprender. No leemos por morbo, sino para aprender, para reflejarnos, para consolarnos incluso. En el fondo, leer biografías es una mezcla de curiosidad, admiración y búsqueda personal.


Y aún hubo una última sorpresa: al llegar a casa, descubrí un libro más que no recuerdo haber elegido. No sé si se coló en mi bolsa por error, o si alguien lo dejó allí como quien deja una señal en el camino. Pero ahí estaba, silencioso, como si me hubiera estado buscando. ¿Y si es justo lo que necesito leer ahora, sin saberlo? A veces no somos nosotros quienes elegimos los libros. A veces, son ellos los que nos eligen a nosotros. Una serendipia que he decidido honrar, incluyéndolo entre mis próximas lecturas.
El libro era Rebeldes, de Susan E. Hinton. Su sinopsis dice así:
Rebeldes cuenta la historia de Ponyboy Curtis, un adolescente sensible que forma parte de los Greasers, una pandilla de clase trabajadora enfrentada a los Socs, jóvenes ricos y privilegiados. A través de peleas, tragedias y pérdidas, Ponyboy va descubriendo las complejidades de la vida, la violencia y la empatía. Tras un acto desesperado, él y su amigo Johnny huyen y viven una experiencia que marcará un antes y un después. La novela explora temas como la identidad, la desigualdad social y el poder de la redención. Una historia conmovedora sobre crecer en un mundo dividid
oVolví a casa con objetos bonitos, sí, pero sobre todo con la sensación de haber vivido una pequeña aventura. En estos paseos sin rumbo fijo me dejo llevar por el tacto de una cubierta, el crujido de una caja al abrirse, el olor denso del papel envejecido. Todo es memoria y posibilidad al mismo tiempo.
Eso es lo que me llevo, en realidad: el gozo de lo inesperado, la intuición afinada, la sorpresa. Un domingo cualquiera convertido en un regalo. Un lujo silencioso, envuelto en casualidades. Estos días se han convertido en auténticas excursiones creativas, y tienen la maravillosa capacidad de alegrarme siempre el día.
Por supuesto estos días, se han convertido en auténticas excursiones creativas, y tienen la capacidad de alegrarme siempre el día.