13/05/2025
Siempre me ha fascinado la idea de asomarme a la vida de otras personas. No por curiosidad morbosa, sino por ese deseo profundo de comprender, aprender y conectar. Por eso, las biografías ocupan un lugar especial en mi estantería y en mi corazón. Para mí, son una forma de viajar en el tiempo, caminar con otros zapatos y vivir experiencias que nunca tendré, pero que, al leerlas, siento como propias. Hay algo profundamente humano en leer la historia real de alguien más. No puedo evitar preguntarme: ¿qué habría hecho yo en su lugar?
Como dije en la entrada de Un paseo por el mercadillo vecinal, leer biografías tiene algo de voyeurismo amable. Es mirar con respeto los rincones de otra vida: sus contradicciones, debilidades, amores y fracasos. La fascinación por cómo han vivido otros —especialmente figuras públicas— no nace del morbo, sino del deseo de entender, de reflejarnos y, a veces, de consolarnos. Leer biografías es una mezcla de curiosidad, admiración y búsqueda personal.
Más allá del placer de una buena historia, creo que las biografías nos ayudan a crecer. Nos sacan de nosotros mismos, nos obligan a mirar con otros ojos, a cuestionar nuestras certezas. Aprendemos de las decisiones —acertadas o no— de otros, y descubrimos que incluso los más admirados tienen miedos, contradicciones y momentos de fragilidad. Y eso, lejos de decepcionarnos, nos reconcilia con lo humano.
Leer sobre vidas ajenas también inspira. Ver cómo alguien se levantó después de caer, cómo defendió su identidad, cómo resistió a las presiones de su época, puede darnos el empujón que necesitamos para seguir adelante. Y algo muy valioso: nos recuerda que nadie tiene la vida resuelta. Que detrás de cada logro hay un camino, y detrás de ese camino, una persona compleja.
Además, despierta en mí una especie de humildad. Me recuerda que no todo gira en torno a mis problemas o a mi momento. Me ayuda a entender mejor a los demás y a poner en perspectiva mis propios dilemas. Conectar con vidas reales —con sus luces y sombras— es una forma de aprender sin sermones. Es ver la humanidad en acción.
Dos libros que leí recientemente reflejan esto de forma maravillosa: Divas rebeldes y Reinas malditas, ambos de Cristina Morató. Cada uno reúne varias biografías contadas con sensibilidad y rigor, permitiéndonos no solo aprender historia, sino entrar en la intimidad de mujeres fascinantes. Me gusta que cada capítulo es independiente, lo que permite leerlos poco a poco, sin perder el interés


Reinas malditas nos transporta a otras épocas y demuestra que el poder no garantiza una vida feliz. Retrata a seis mujeres atrapadas por su destino, marcadas por la tragedia, la incomprensión y el dolor. Muy lejos del cuento de hadas, sus vidas estuvieron llenas de pérdidas, fracasos matrimoniales y la amarga experiencia de ser arrancadas de sus hogares para convertirse en extranjeras en cortes hostiles.
Entre ellas, me impactó María Antonieta, símbolo del exceso, pero también víctima de su tiempo. Su evolución —de joven frívola a figura trágica y digna— me hizo reflexionar sobre cuántos juicios son injustos cuando no conocemos el contexto.
Alejandra Romanov, la última zarina de Rusia, me estremeció por su fe ciega, su aislamiento y su trágico final.
Sissi de Austria, rebelde y melancólica, me conmovió profundamente. Su lucha contra el protocolo y su ansia de libertad me resultaron cercanas.
Cristina de Suecia me fascinó por su valentía al romper con lo esperado: abdicó, eligió una vida más libre, aunque más solitaria.
Eugenia de Montijo, española convertida en emperatriz, me sorprendió por su inteligencia política y la tristeza que marcó su exilio.
Victoria de Inglaterra, símbolo de estabilidad, me conmovió por cómo el dolor personal (la muerte de su esposo) se convirtió en eje de su reinado.
Este libro no solo humaniza a estas mujeres, también nos permite ver el contraste entre la imagen pública y la realidad privada, y el peso de vivir bajo un sistema patriarcal lleno de presiones y expectativas.
Divas rebeldes retrata a mujeres que, aunque brillaron en la vida pública, escondían Por otro lado, Divas rebeldes nos muestra a mujeres que, pese a brillar en la vida pública, escondían heridas profundas y una fuerza admirable:
María Callas, la diva de la ópera, con una voz legendaria y una vida marcada por la inseguridad y el amor no correspondido.
Coco Chanel, revolucionaria de la moda, me inspira por su capacidad de reinvención y resiliencia.
Audrey Hepburn, símbolo de fragilidad y compromiso, cuya vida estuvo marcada por la guerra y su lucha humanitaria.
Jackie Kennedy, elegante y reservada, cuya fortaleza ante el dolor me pareció admirable.
Wallis Simpson, juzgada por el amor de un rey, pero en realidad una mujer estratégica y fuerte en un entorno hostil.
Eva Perón, una figura apasionada, feroz en su lucha por los desfavorecidos, cuya vida me conmovió por su intensidad.
Bárbara Hutton, la “pobre niña rica”, me dejó pensando en lo vacía que puede ser la riqueza sin afecto verdadero.
Todas ellas tenían algo en común: éxito, sí, pero también soledad, inseguridades y una búsqueda incansable de amor y sentido. Desafiaron normas, lucharon por su lugar en el mundo y pagaron un precio alto por ello. Lo que más valoro de este libro es cómo revela su lado más humano, alejándonos del mito para acercarnos a la persona.
Y como siempre me invade una pequeña tristeza al terminar un libro que me ha gustado, me consuela saber que aún me esperan otras biografías de la misma autora que tengo pendientes por descubrir.



También he disfrutado mucho El Mago, de Colm Tóibín, una biografía novelada de Thomas Mann. El autor reconstruye su vida a partir de diarios y archivos, desde su infancia en Lübeck hasta su exilio y muerte en Zúrich. Me pareció fascinante ver cómo un hombre tan metódico y reservado canalizó su mundo interior a través de la literatura. Sus conflictos personales, su homosexualidad reprimida, su relación con Katia y sus hijos, su conexión con la música, todo está ahí, sin adornos pero con profundidad. Es un retrato íntimo y respetuoso, muy bien escrito, que también habla de una Europa rota por la guerra y de un hombre que, aunque reconocido, también vivió dividido.
En obras como Los Buddenbrook, La montaña mágica o La muerte en Venecia, volcó sus obsesiones, pensamientos, experiencias vitales y secretos familiares más o menos ocultos.
Las biografías fortalecen mi empatía. Al leer sobre heridas, dudas, sueños rotos o actos valientes, dejo de juzgar tan fácilmente. Me doy cuenta de que todos llevamos batallas invisibles. Y eso, en un mundo que exige perfección constante, es un verdadero alivio.
Me gustan las biografías porque me enseñan, me conmueven y me recuerdan que la vida real —con toda su complejidad— siempre supera a la ficción. Cada persona es un universo, y cada vida, una historia que merece ser contada.
A veces pienso que cada biografía me deja algo: una frase, una emoción, una lección. Algunas me reconfortan, otras me incomodan. Pero todas me transforman, aunque sea un poco. Por eso sigo buscándolas. Porque en las historias de otros, muchas veces encontramos las claves para entender la nuestra.






Qué biografía me recomiendas tú?
Porque cada historia compartida puede ser una luz nueva para entender la nuestra.