14/04/2025
"La felicidad está en las cosas pequeñas, como una taza de café bien caliente en una mañana tranquila."
Hay placeres pequeños —mínimos, incluso— que esconden una felicidad inmensa. De esos que parecen insignificantes a ojos ajenos, pero que, para una, lo son todo. De vez en cuando me regalo ciertas rutinas, que aunque discretas, me hacen sentir mejor, como escaparme un día cualquiera a desayunar sola, en una cafetería tranquila, sin prisas, sin deberes, sin interrupciones. Una especie de ritual clandestino que me devuelve la calma.
Después de un mes de trabajo intenso y una madrugada adelantando tareas para poder estar al día, sentí que me lo debía. Así que, tras dejar a los niños en el colegio, me regalé un pequeño respiro. Caminé sin prisa hasta una de esas cafeterías de barrio donde el aroma del café huele a casa, y el murmullo ambiente te envuelve como una manta suave en invierno. Me senté junto a una ventana que dejaba entrar una luz dorada y serena. Pedí mi desayuno favorito: café con leche bien caliente y unas tostadas crujientes con jamón y tomate. Nada más. Nada menos. Perfecto.
No hay ningún placer en no tener nada que hacer; lo divertido es tener muchas cosas que hacer… y no hacerlas.”
— Mary Wilson Little
El primer sorbo de café fue como una caricia en la garganta. Cerré los ojos. Respiré hondo. Sostuve la taza entre mis manos, dejando que su calor templara el frío de la mañana. En ese momento, decidí que durante la próxima hora no iba a permitirme pensar en pendientes, ni correos, ni reuniones, ni en esa lista infinita de cosas por hacer. Esa hora iba a ser solo mía. Una cita conmigo misma. Una conversación silenciosa con mi yo más pausado.
Me dejo llevar por las brillantes hojas del papel couché de mis revistas. Paso las páginas con calma, dejándome halagar por las imágenes, inspirarme o soñar con todo aquello que, aunque lejano, me hace sonreír. A veces me detengo en un artículo interesante y lo leo con atención. O en una fotografía que va directo a mi lista de deseos, en una noticia, en una frase que me resuena por dentro, como quien acaricia una rutina que se vuelve amable. También hay imágenes que me invitan a imaginar algún viaje lejano. A veces me engancho con un sudoku —uno de mis pequeños vicios confesables—, y mientras desayuno lentamente, saboreando cada bocado, abro mi Bullet Journal y reviso las actividades del día o de la semana, sin apuro, como promesas. Tacho, actualizo, incluyo. En ese instante, mi mente está justo donde tiene que estar.
No se trata de encontrar tiempo, sino de hacerlo. Un momento puede ser eterno si se lo vive de verdad."
Claro que le pongo un límite a este tiempo. Pero mientras dura, es solo mío. El mundo queda afuera.
Y en esa pausa robada al calendario, me acuerdo de algo que siempre se me olvida: no necesito grandes planes, ni viajes exóticos, ni días libres para sentirme bien. A veces, alcanza con un café humeante, una tostada sencilla y el permiso de no ser productiva por una hora. Qué lujo. Qué alivio.
Salgo de allí distinta. Liviana. Como si me hubieran dado un masaje en el alma. Vuelvo a casa —o a la oficina— con el ánimo renovado, con la mente más clara, con el corazón un poquito más lleno. Y siempre, siempre pienso lo mismo: “Debería hacerlo más a menudo.”
¿Cuándo fue la última vez que me regalé un momento así?
¿Cuándo fue la última vez que tú lo hiciste?
Todos deberíamos hacerlo más.
Porque en medio del caos cotidiano, una hora de pausa puede ser el mayor acto de amor propio.
Me declaro culpable del delito de robarle minutos al día para vivirlos sin prisa."
"A veces, lo más urgente y vital es tomarse un descanso."
— Ashleigh Brilliant