21/04/2025
Hoy quiero compartir una idea que me ha estado rondando en los últimos días: ya llevo un mes escribiendo todos los días en este espacio. Y después de este tiempo, siento que cierro un ciclo que me deja una valiosa lección de constancia, autoconocimiento y gratitud: durante 30 días escribí un artículo diario. Sin excusas, sin interrupciones. Solo yo, el teclado y una promesa silenciosa
Cada mañana o cada noche, me regalo unos minutos para detenerme, observar y dejar constancia de esos pequeños placeres o momentos felices que se cuelan en la rutina.
Al principio, dudaba. Me preguntaba si escribir a diario sería demasiado, si después del entusiasmo inicial me quedaría sin ideas. Pero lo curioso es que, cuanto más me enfocaba en esos momentos, más empezaron a aparecer. Supongo que tiene que ver el enfoque y esa atención cuidadosa y amorosa que decidimos poner en lo cotidiano.
Así que ese primer obstáculo quedó atrás: las ideas no solo llegan, sino que se multiplican. Están ahí, esperando su momento para cobrar forma en mi cuaderno o en la pantalla. Escribir cada día me empujó a crear pequeñas rutinas que, repetidas con el tiempo, se fueron transformando en hábitos. Hábito de observar, de registrar lo cotidiano, de escribir al despertar… y que me hacen comenzar el día con una alegría suave, casi olvidada. Este experimento se ha vuelto una necesidad amable, un refugio, un ritual.
Me despierto, hago café, enciendo el ordenador, y antes de que el mundo reclame mi atención, me siento, respiro y escribo. A veces fluye como un río, otras apenas susurran, pero siempre aparece algo. Y eso, para mí, ya es una victoria.
Lo que comenzó como un simple ejercicio de observación se convirtió en un logro que vale la pena celebrar. No por ser grandioso o revolucionario, sino precisamente, por lo contrario: por ser pequeño, constante y auténtico.
Hoy, después de 30 días, siento que me regalé mucho más que palabras.
Lo que más me ha sorprendido es cómo esta práctica ha afinado mi mirada. Estoy más atenta a los pequeños momentos felices del día: una frase que me hace reír, una caminata al sol, una conversación con alguien querido, incluso el aroma del pan tostado. Detalles que antes pasaban desapercibidos, ahora se convierten en material vivo para mis textos.
Como dice James Clear en Hábitos Atómicos, los hábitos pequeños crean nuevas identidades. Y yo me estoy convirtiendo en alguien que mira con más intención y vive con más presencia. Cada artículo es una afirmación suave, un recordatorio de que soy constante, curiosa, y capaz de transformar lo cotidiano en algo significativo.
Escribir sobre lo que disfruto me ha ayudado a encontrar una voz más honesta. A veces escribo para entenderme, otras para guardar un instante que no quiero olvidar. Siempre, de alguna manera, escribir se convierte en una forma de agradecer.
Y aunque hay días en los que cuesta sentarse, al terminar siento una satisfacción profunda. No por la perfección del resultado, sino por el simple hecho de haberlo hecho. Como sugiere BJ Fogg en Tiny Habits, celebrar cada pequeño acto —con una sonrisa, un pensamiento positivo o una pausa consciente— fortalece el hábito. Y así ha sido: palabra tras palabra, he creado algo que me sostiene.
Darren Hardy lo llama el efecto compuesto: pequeñas acciones, repetidas con intención, producen resultados extraordinarios. No fue solo la cantidad de artículos lo que me transformó, sino el haberme demostrado que puedo sostener una rutina, incluso en los días difíciles.
¿Y cómo lo celebro? No con aplausos ni grandes anuncios, sino con una celebración interna. Como dice BJ Fogg: con una sonrisa, una pausa consciente, y ese pensamiento suave que susurra “lo hiciste”. Esa forma de celebrar, silenciosa pero genuina, es quizás la más poderosa. Porque no depende de nadie más. Porque nace del reconocimiento propio.
Angela Duckworth habla en Grit sobre la perseverancia. Pero no como fuerza bruta, sino como una llama que se alimenta de pequeñas victorias. Y eso fue este mes para mí: una suma de conquistas silenciosas que hoy resuenan con fuerza.
Escribir cada día también me conectó con mi vulnerabilidad, con mis días buenos y no tan buenos. Brené Brown lo llamaría un acto de coraje imperfecto: sentarme a escribir sin esperar tener la idea perfecta, solo con la intención de estar presente. Lo demás, llega.
Este mes me dio mucho más que 30 textos. Me regaló estructura, claridad y una conexión más profunda conmigo misma. Me enseñó que la disciplina puede ser suave, y que los mejores rituales nacen del disfrute, no de la obligación.
Ahora, al mirar atrás, no solo veo 30 artículos. Veo 30 mañanas distintas, 30 encuentros conmigo, 30 formas de honrar la vida a través de las palabras. Y eso ya es una celebración.
Seguiré escribiendo por las mañanas. Porque en ese silencio matutino, antes de que el mundo me pida cosas, encuentro algo valioso: la posibilidad de estar, de observar y de celebrar lo que soy, un texto a la vez.
Y aunque mi propósito es acompañar todas las estaciones del año con esta práctica, hoy entiendo lo importante que es darnos una palmadita en la espalda —aunque sea en silencio— por esas pequeñas cosas que hacemos bien. Esas decisiones mínimas que nos acercan a quienes queremos ser. Porque sí, la motivación es como una llama: si no la alimentamos, se apaga. Y estos pequeños logros son combustible puro.
A veces esperamos grandes resultados para sentirnos satisfechos, pero la verdadera transformación ocurre en lo micro, en lo casi invisible. Escribir cada día, levantarse cinco minutos antes, decir “no” cuando toca, regalarse una pausa… Todo eso también cuenta.
Y esto no lo digo solo desde la experiencia. La ciencia lo respalda. Cada vez que logramos algo, aunque sea mínimo, nuestro cerebro libera dopamina, el neurotransmisor del placer, la motivación y el aprendizaje. Esa pequeña recompensa interna nos impulsa a seguir, a confiar en el proceso. Es como una señal que dice: “¡Vas bien, sigue así!”
Por eso, hoy estoy de celebración. De forma sencilla pero sentida. Me voy a regalar un par de horas solo para mí: un paseo sin prisa, sin distracciones, sin notificaciones. Solo yo, el aire, las calles y mis pensamientos. Y terminaré en una cafetería tranquila, con un buen café entre las manos, escribiendo lo que venga. Porque celebrar también es eso: crear un espacio para habitar lo que somos, agradecer lo que hemos hecho, y recargar energías para lo que viene.
Porque los grandes cambios se construyen con pequeños pasos. Y cada uno merece ser reconocido.
Detrás de esa sensación cálida que sentimos al cumplir un pequeño propósito hay una explicación poderosa. No se trata solo de “sentirse bien”, sino de cómo nuestro cerebro interpreta los avances, por pequeños que sean. Sentir que avanzamos, aunque sea lento, reduce la ansiedad, aumenta la confianza y nos conecta emocionalmente con el proceso.
Además, al enfocarnos en logros cotidianos, recuperamos la sensación de control. El cambio deja de parecer lejano y se convierte en algo que ya está ocurriendo. Eso fortalece nuestra autoeficacia: la creencia de que podemos lograr lo que nos proponemos.
En resumen: celebrar los pequeños hitos no es un capricho, es una estrategia inteligente para seguir en movimiento. Cada logro es una chispa que aviva el fuego de la motivación. Ignorarlos, en cambio, puede hacernos sentir estancados, aunque estemos avanzando.
Así que sí, celebré. No con ruido, sino con una afirmación tranquila:
“Estoy creciendo. Paso a paso. Palabra a palabra.”
Y si tú estás en medio de tu propio reto —escribir, meditar, leer o simplemente levantarte temprano—, te animo a que celebres también. Porque los pequeños logros no son pequeños.
Son semillas de algo mucho más grande.
No tienes que ver toda la escalera, solo da el primer paso." – Martin Luther King Jr.
Me acabas de motivar tu a mi ✍🏼