21 de mayo-Reflexión sobre el poema “Si” de Rudyard Kipling
Mantener la dignidad, la fortaleza y la integridad frente a los desafíos de la vida.
21/05/2025
Hay un poema que me acompaña desde la adolescencia.
Se trata del de “Si” de Rudyard Kipling:
Si…
Rudyard KiplingSi puedes mantener la cabeza en su sitio
cuando todos a tu alrededor la pierden y te culpan,
si puedes confiar en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también aceptar sus dudas;
si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o siendo engañado, no pagar con mentiras,
o siendo odiado, no dar cabida al odio,
y aún así no parecer demasiado bueno, ni hablar con demasiada sabiduría;
Si puedes soñar y no hacer de los sueños tu amo;
si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu objetivo;
si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre
y tratar a esos dos impostores de la misma manera;
si puedes soportar oír la verdad que has dicho
tergiversada por bribones para engañar a los necios,
o ver cómo se rompen las cosas por las que diste la vida
y agacharte y reconstruirlas con herramientas gastadas;
Si puedes juntar todas tus ganancias
y arriesgarlas de un solo golpe a cara o cruz,
y perder, y comenzar de nuevo desde el principio
y no decir una palabra sobre tu pérdida;
si puedes forzar tu corazón, nervio y tendón
a cumplir con tu deber mucho después de que se hayan ido,
y así resistir cuando ya no queda nada en ti
excepto la Voluntad que les dice: “¡Resistid!”;
Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud,
o caminar con reyes sin perder el sentido común,
si ni enemigos ni amigos pueden herirte,
si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado;
si puedes llenar el implacable minuto
con sesenta segundos de esfuerzo supremo,
tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y —lo que es más— ¡serás un Hombre, hijo mío!
Un poema que siempre que lo leo me resuena, pero ahora, después de muchos años, lo releo y descubro nuevas capas de significado. “Si” fue escrito como consejo de un padre a su hijo, pero con el tiempo he comprendido que su mensaje es profundamente humano, no exclusivamente masculino.
Hoy lo leo desde otro lugar: desde la piel de una mujer que ha vivido, amado, perdido y resistido. Ya no lo veo solo como una aspiración, sino como un espejo. Porque en la madurez, muchas mujeres —yo, tú, tantas— hemos enfrentado amores intensos, despedidas difíciles, silencios largos. Hemos cuidado sin ser vistas, y sido reconocidas cuando ya no lo esperábamos.
Por eso, este poema también es para nosotras. Es un homenaje a la resiliencia que cultivamos día a día. Y al leerlo así, con ojos nuevos, siento que nos pertenece también.
Si puedes mantener la cabeza en su sitio
cuando todos a tu alrededor la pierden y te culpan,
si puedes confiar en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también aceptar sus dudas;
si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o siendo engañado, no pagar con mentiras,
o siendo odiado, no dar cabida al odio,
y aún así no parecer demasiado bueno, ni hablar con demasiada sabiduría;
“Si puedes mantener la cabeza en su sitio…”
Ya no reacciono como antes. Cuando todo tiembla, he aprendido a respirar antes de hablar, a mirar con calma antes de juzgar. He sostenido casas, conversaciones, trabajos y corazones. He sido la quietud en medio del caos. Ya no necesito demostrar que soy fuerte. Lo soy. Y lo sé.
“Si puedes confiar en ti misma…”
He dejado de pedir permiso. Aprendí a escuchar mi intuición —ese susurro sabio que la vida afina con cada tropiezo—. Hoy sé que mi verdad tiene peso, aunque no siempre reciba aplausos. No necesito aprobación para creer en mí.
“Si puedes esperar sin cansarte en la espera…”
La vida me ha hecho esperar: por mí, por otros, por duelos, por comienzos que tardaban en llegar. Y en esa espera no me rendí. Caminé sin certezas, pero con fe. Paso a paso, incluso cuando no veía el camino. Y continuo.
“Si puedes ser engañada sin pagar con mentiras; odiada, sin dar cabida al odio…”
Sí, he sido herida. Pero no permití que el dolor me moldeara en algo que no soy. Elegir la verdad, la compasión, incluso cuando dolía, ha sido un acto de resistencia. No nací con esa fuerza. La construí, despacio, a conciencia.
“Y aun así no parecer demasiado buena, ni hablar con demasiada sabiduría…”
Este verso me toca hondo. Porque ser “buena” nos lo enseñaron como deber, pero ahora entiendo que ser fiel a una misma vale mucho más que ser impecable. La verdadera sabiduría no está en decir más, sino en saber cuándo callar y cuándo hablar con verdad, sin adornos ni necesidad de aprobación.
Este poema ya no me da instrucciones. Es la voz que susurra: “lo estás haciendo bien”. Porque ser mujer y caminar con madurez en este mundo es, en sí misma, una forma de heroísmo silencioso. Cotidiano. Persistente. Uno que no siempre se ve, pero que sostiene.
Si puedes soñar y no hacer de los sueños tu amo;
si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu objetivo;
si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre
y tratar a esos dos impostores de la misma manera;
si puedes soportar oír la verdad que has dicho
tergiversada por bribones para engañar a los necios,
o ver cómo se rompen las cosas por las que diste la vida
y agacharte y reconstruirlas con herramientas gastadas;
“Si puedes soñar y no hacer de los sueños tu amo…”
A esta altura de mi vida, he aprendido que los sueños son importantes, pero no lo son todo. He tenido que postergarlos, transformarlos o incluso dejarlos atrás por amor, por trabajo, por hijos, por responsabilidades que no siempre elegí, pero abracé. Y aunque sigo soñando, ya no me aferro. Sé que la vida casi nunca sigue el guion que imaginamos. Y está bien. He hecho las paces con eso.
“Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu objetivo…”
Ya no me pierdo en vueltas infinitas dentro de mi cabeza. He descubierto que pensar no siempre resuelve, que a veces lo que se necesita es actuar, sentir, aceptar. Sé que la mente puede ser refugio… pero también cárcel. Por eso ahora elijo con conciencia: cuándo pensar, cuándo soltar y, sobre todo, cuándo simplemente vivir.
“Si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre…”
Pocas cosas enseñan tanto como haber vivido ambos. He celebrado logros con el corazón lleno y he llorado pérdidas en silencio. Sé que ninguno de los dos me define. Ni el triunfo me eleva demasiado ni el desastre me hunde por completo. He aprendido a caminar con humildad, sin aferrarme ni a la gloria fugaz ni al golpe inesperado. Ambos pasan. Yo permanezco.
“Si puedes soportar oír la verdad que has dicho tergiversada…”
He visto cómo mis palabras fueron malinterpretadas, mis intenciones distorsionadas, mis actos juzgados sin contexto. Pero ya no invierto mi energía en corregir cada versión ajena. He aprendido a vivir en paz con mi verdad. No necesito justificarme una y otra vez. Mi claridad interior me basta.
“O ver cómo se rompen las cosas por las que diste la vida…”
Este verso es brutal y profundamente real. A esta edad he visto desmoronarse relaciones, proyectos, ilusiones en los que puse el alma entera.
Pero la verdadera fuerza está en lo que viene después:
“y agacharte y reconstruirlas con herramientas gastadas”.
Con el cuerpo más cansado y el alma más sabia, me he inclinado —una y otra vez— para recoger los pedazos y volver a empezar. No porque crea que todo será igual, sino porque he entendido que reconstruirme también es una forma de amar la vida.
Si puedes juntar todas tus ganancias
y arriesgarlas de un solo golpe a cara o cruz,
y perder, y comenzar de nuevo desde el principio
y no decir una palabra sobre tu pérdida;
si puedes forzar tu corazón, nervio y tendón
a cumplir con tu deber mucho después de que se hayan ido,
y así resistir cuando ya no queda nada en ti
excepto la Voluntad que les dice: “¡Resistid!”;
Si puedes juntar todas tus ganancias y arriesgarlas de un solo golpe a cara o cruz…”
A esta altura, sé lo que cuesta construir: el tiempo, los afectos, las certezas que una va armando con cuidado, a veces dejando cosas en el camino. Y, aun así, he tenido que arriesgarlo todo. Una relación. Un trabajo. Una versión entera de lo que pensaba que era mi vida. Lo hice por lealtad a mí misma. He apostado. He perdido. Y he vuelto a empezar, no desde la ilusión, sino desde la claridad de quien ya se conoce un poco mejor.
“Y perder, y comenzar de nuevo desde el principio y no decir una palabra sobre tu pérdida;”
Me ha tocado caer. Empezar de cero cuando ya pensaba que no tendría que hacerlo otra vez. Y lo hice en silencio, sin explicaciones. Porque entendí que la verdadera fortaleza no hace ruido. Que seguir caminando, incluso con el corazón hecho trizas, también es una forma de ser fuerte.
“Si puedes forzar tu corazón, nervio y tendón a cumplir con tu deber mucho después de que se hayan ido…”
He seguido cuando no quedaban fuerzas. Por mis hijos, por los que amo, por mí. Me he levantado con el cuerpo cansado y el alma desgastada, y aun así he sostenido lo que tocaba. Ahí descubrí que hay una fuerza que no se ve, pero que sostiene. Una que no grita, pero empuja.
“Y así resistir cuando ya no queda nada en ti excepto la Voluntad que les dice: ‘¡Resistid!’”
En esos momentos en que todo dentro parece haberse apagado, me he encontrado con lo único que quedaba: esa voluntad terca que dice “aguanta un poco más”. Y lo he hecho. Y lo sigo haciendo. Porque sí, resistir también es una forma de amar la vida
Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud,
o caminar con reyes sin perder el sentido común,
si ni enemigos ni amigos pueden herirte,
si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado;
si puedes llenar el implacable minuto
con sesenta segundos de esfuerzo supremo,
tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y —lo que es más— ¡serás un Hombre, hijo mío!
“Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud…”
He estado en salas llenas, en reuniones familiares, en debates de trabajo. Y aprendí a no perderme en la multitud. Ya no necesito gritar para ser escuchada, ni disfrazarme para encajar. Puedo ser yo misma —con mis dudas, mis certezas, mis pausas— y eso, hoy, me basta.
“O caminar con reyes sin perder el sentido común…”
He estado cerca del poder: jefes, figuras públicas, nombres que impresionan. Y entendí que el respeto no se mide en títulos, sino en la humanidad que alguien guarda cuando nadie lo ve. En ese espejo también me miro: con los pies firmes en la tierra.
“Si ni enemigos ni amigos pueden herirte…”
He recibido críticas injustas y abrazos que luego dolieron. He amado y he perdido. Pero ya no entrego el centro de mi alma al juicio ajeno. Mi fuerza no depende de lo que otros piensen de mí, sino de lo que yo sé que soy.
“Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado…”
Fui la que sostuvo, la que estuvo siempre. Hoy también soy la que se cuida. Aprendí que acompañar no es desaparecer, que sostener no es anularse. He puesto límites con amor, y eso también es madurez.
“Si puedes llenar el implacable minuto con sesenta segundos de esfuerzo supremo…”
Y vaya si lo he hecho. He seguido cuando no podía más, he trabajado enferma, he amado con el corazón roto, he cuidado cuando nadie miraba. Cada segundo cuenta, incluso los más difíciles. Porque la verdadera fuerza es silenciosa, pero firme.
“Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella…”
No por conquista, sino por pertenencia. Ya no siento que la vida me pase por encima: la habito. He hecho las paces con lo que fue, con lo que no fue y con lo que aún puede ser. Y ese lugar interno es lo más parecido a tenerlo todo.
“Y —lo que es más— ¡serás un Hombre, hijo mío!”
Quizá Kipling no pensaba en mí cuando escribió esto. Pero al leerlo hoy, sé que ese “serás un Hombre” es, en realidad, alcanzar lo más alto del alma humana. Y muchas mujeres, a esta edad, lo hemos alcanzado. Con la frente en alto, el cuerpo vivido y el corazón intacto.
Porque al final, no se trata de ser hombre.
Se trata de ser persona y entera.
Y ya lo soy.