22 de junio-Lo mejor de la semana 25 de Pequeños (grandes) placeres y el primer baño del verano
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Bienvenido/a la newsletter de Pequeños (grandes) placeres de la semana 23, un espacio donde encontrarás inspiración para llevar una vida más feliz: recomendaciones de libros, películas y pequeños momentos que vale la pena atesorar en el día a día.
Cada domingo recibirás un resumen con las entradas de la semana, para que puedas leerlas con calma. Además, siempre incluiré algo nuevo para disfrutar de la magia del fin de semana.
Esta semana he incluido las siguientes entradas:
1.- 16 de junio- Un libro, una película: Lo que el viento se llevó
Lo que el viento se llevó es una historia monumental que transita entre el amor, la guerra y la supervivencia, con una protagonista inolvidable: Scarlett O’Hara, compleja, imperfecta y fascinante. La novela de Margaret Mitchell ofrece una mirada profunda, ambigua y crítica sobre el Viejo Sur, mientras que la adaptación cinematográfica de 1939, aunque visualmente deslumbrante, suaviza parte de esa crudeza. A través de su narrativa densa y sus personajes humanos, la obra nos interpela sobre identidad, deseo y resiliencia. La película, por su parte, es un hito del cine clásico con actuaciones legendarias.
Si te interesa explorar cómo una misma historia puede cobrar vida de formas distintas en papel y pantalla, esta entrada es una lectura que no puedes perderte.
2- 17 de junio- ¿Qué nos enseña Japón I/II?
En esta primera parte de ¿Qué nos enseña Japón?, se exploran seis conceptos japoneses que invitan a una vida más consciente, serena y significativa. Desde el ikigai —la razón de vivir— hasta el kintsugi, que transforma cicatrices en belleza, cada término refleja una filosofía vital profundamente enraizada en la espiritualidad, la estética y la ética japonesa. También se abordan la aceptación del tiempo (wabi-sabi), la calma ante la incertidumbre (nankurunaisa), el respeto por los propios ritmos (oubaitori) y la fortaleza silenciosa (gaman).
Si buscas una mirada poética y práctica para vivir con más autenticidad, esta lectura es una puerta abierta a la sabiduría milenaria de Japón. ¿Te animas a seguir descubriendo más?
3.- 18 de junio- ¿Qué nos enseña Japón II/II?
Esta segunda parte del viaje por la filosofía japonesa profundiza en conceptos como natsukashii, komorebi, yūgen y shinrin-yoku, que nos invitan a valorar la belleza sutil, la conexión emocional con el pasado y la armonía con la naturaleza. A través de palabras sin traducción directa, descubrimos formas de vivir con más presencia, empatía y contemplación. También exploramos ideas como el haragei (la comunicación sin palabras) y el zanshin (la conciencia plena), que reflejan una sabiduría silenciosa y profunda. Esta entrada está llena de enseñanzas atemporales que enriquecen el bienestar desde lo más simple.
¿Te animas a descubrir todo lo que puede enseñarte Japón sobre cómo habitar tu mundo interior con más calma y belleza?
4.- 19 de junio-¿Practicas el Hygge?
El hygge es una filosofía danesa que celebra la calidez, la tranquilidad y el placer de los pequeños momentos cotidianos. Nacido en un contexto de inviernos largos y fríos, se ha convertido en una forma de vida basada en la conexión emocional, la presencia plena y la creación de espacios acogedores. No se trata solo de velas y mantas, sino de cultivar intencionalmente la calma, el bienestar y las relaciones significativas. En esta entrada exploro su origen, sus beneficios y cómo aplicarlo de forma sencilla en tu día a día. También comparto ejemplos personales y libros recomendados para profundizar.
¿Te animas a descubrir cómo una taza caliente y una luz suave pueden transformar tu forma de habitar el presente?
5.- 20 de junio- Despedir la primavera con el corazón lleno y los sentidos despiertos
La primavera se despide en silencio, como una melodía que se desvanece sin ruido. Este texto es una reflexión íntima sobre la belleza efímera de la estación, los pequeños placeres que deja y la necesidad de soltar con gratitud. A través de palabras suaves y rituales sencillos, se propone un cierre consciente antes de dar la bienvenida al verano.
Entre recuerdos, aromas y gestos cotidianos, surge la oportunidad de reconectar con el tiempo interior.
Si alguna vez sentiste que una estación te transformó, este texto es para ti.
Te invito a leerlo despacio, como quien guarda una flor entre las páginas de un libro.
6.- 21 de junio- Solsticio de verano: un sí a la vida
El solsticio de verano marca el inicio de una nueva etapa: luminosa, expansiva, viva. Este texto recorre antiguas celebraciones —de Litha a Midsommar, de la Noche de San Juan a los pueblos originarios— para inspirarnos a crear nuestros propios rituales, adaptados a la vida de hoy.
Desde coronas de flores hasta baños simbólicos, altares estacionales o simples momentos de presencia, todo gesto puede ser una bienvenida al calor, al cuerpo y al gozo de estar vivas.
Porque el verano no se celebra solo afuera: también se despierta por dentro.
Te invito a leerlo y encontrar tu forma de decirle “sí” al verano y a ti misma.
Y como el domingo también merece ser celebrado, quiero compartir contigo uno de mis momentos especiales.
EL PRIMER BAÑO DEL VERANO
Uno de los momentos que más ansío cada año es el del primer baño. Suele llegar a mediados de junio, justo cuando el calor empieza a sentirse de verdad, y siempre lo espero con ganas. Aunque después vendrán muchos más a lo largo del verano, hay algo distinto en ese primer chapuzón del año.
No sé si es el cuerpo, que aún no se ha acostumbrado al agua, o el aire, que conserva esa calidez amable del inicio del verano.
Pero hay algo especial.
Y este año, lo sentí más que nunca.
Eran casi las ocho. El sol seguía ahí, bajo, redondo y blando, derramando una luz dorada sobre la piscina. No había nadie más. Solo el sonido suave del agua y los pájaros que empezaban a bajar el volumen. Me acerqué al borde con esa mezcla de decisión y duda. Esa pelea eterna entre el deseo y el frío.
Primero metí un pie. Luego el otro.
El agua estaba más fría de lo que imaginaba. O quizás era mi piel la que seguía dormida.
Y entonces me lancé. Un salto rápido, sin pensarlo demasiado.
El agua me envolvió como una bofetada amable: directa, intensa, viva. Sentí cómo se me erizaba todo. Cómo me volvía consciente de cada músculo.
Durante unos segundos, solo floté, quieta. Dejando que el cuerpo recordara lo que era esto: estar dentro del agua, al aire libre, con el sol bajando.
Nadé un poco, solo por el placer de moverme. Noté un tirón leve en la espalda, como si el cuerpo me dijera: "Eh, esto es nuevo otra vez". Me dolió. Pero también me despertó.
Después me dejé caer boca arriba e hice el muerto.
Me entregué al agua. Dejé que me sostuviera.
Cerré los ojos y me quedé así, sin hacer nada, escuchando el mundo desde dentro, como en una cueva líquida.
No pensaba. No esperaba. Solo estaba.
Y en ese estar sin hacer, encontré una alegría callada, una paz sencilla. El cuerpo flotaba, pero la mente también.
El primer baño es eso: un permiso. Un reencuentro. Un momento en el que todo —el agua, el sol, el cuerpo— se alinea y dice: "Estás aquí, y eso basta."
Salí despacio de la piscina, como si no quisiera que se acabara. Busqué mi toalla en el césped y me tumbé. Mojada, con las gotas aún resbalando por la piel. El sol me acariciaba la cara, el vientre, las piernas. Un calor suave, sin quemar. Como si el día entero me abrazara antes de irse.
El césped estaba fresco, un poco húmedo. Olía a verano recién empezado. Cerré los ojos por un momento y escuché cómo el mundo se deshacía de su ruido. Solo quedaba eso: el agua en la piel, el sol secándome, la espalda un poco tirante, pero viva.
Y entonces, sin querer, mi mente se fue a otro tiempo: a aquellas largas tardes de piscina de mi adolescencia. Las risas con amigas, los juegos sin reloj, el pelo goteando cloro y las horas estirándose como si el verano no fuera a terminar nunca.
Estaba ahí, y también allá. En el mismo cuerpo, pero en dos veranos distintos.
Y esa mezcla de presente y recuerdo hizo que la sensación se volviera aún más redonda, más honda. Como si el primer baño no solo fuera un comienzo, sino también un puente.
Una vez más, sentí que había cruzado un umbral invisible. Como si, ahora sí, el verano hubiera comenzado de verdad.
Después abrí el libro que había dejado junto a la toalla.
No importaba cuál era. Solo que sus páginas estaban tibias, que el mundo alrededor se había aquietado, y que, por fin, todo parecía estar en su sitio.
Leí unas cuantas páginas. Me reí en voz baja. Sentí que me evaporaba un poco con cada rayo que me secaba el pecho, los hombros, los pies. El frescor del agua seguía ahí, atrapado bajo la piel. Ese frescor que dura solo unos minutos, pero que deja una huella imborrable.
Y pensé: esto es lo que vine a buscar.
No grandes aventuras, ni planes exóticos. Solo esto: agua, sol, piel, libro, silencio.
El primer baño.
La promesa cumplida.
El verano, por fin, en el cuerpo.
Encontrarás otros momentos especiales en las entradas resumen de cada una de las semanas:
5. El gozo de escribir con el bolígrafo perfecto ✍️🖤
7. Primavera en una maceta: una margarita para mi hogar
8. Vuelta un día antes de vacaciones
9. Leer nada más levantarme un fin de semana de primavera