29 abril- ¿Tienes tu propio ritual matutino?
29/04/2025
Cuando pienso en un momento “feliz” de un día normal, mi mente suele ir a mi ritual matutino. Ese instante inicial del día en el que todo es completamente mío: la casa duerme, el silencio reina, y yo me siento a gusto con el universo. El hogar transmite una paz que no aparece en ningún otro momento del día.
Y, al preguntarme por qué un acto tan simple aporta tanta satisfacción, me surgen las siguientes reflexiones.
Hay una diferencia enorme entre despertarse y despertar. Lo primero ocurre solo: el cuerpo abre los ojos, sale de la cama y entra en piloto automático. Pero lo segundo… lo segundo es una decisión. Es elegir comenzar el día desde la intención, no desde la inercia. Ahí es donde entran los rituales matutinos.
Un ritual matutino no es lo mismo que una rutina. La rutina se hace por costumbre; el ritual, con presencia. Desde afuera pueden parecer iguales —beber un café, escribir, estirarse—,pero la diferencia está en cómo los habitamos. Un ritual es un acto cotidiano cargado de significado. Es nuestra forma de decirle al día: te estaba esperando.
Los rituales matutinos son anclas. Cuando todo cambia afuera, cuando hay caos, prisa o incertidumbre, un ritual bien plantado se convierte en tierra firme. Nos recuerda quiénes somos antes de que el mundo intente definirnos.
Autoras como Julia Cameron defienden el poder de las páginas matutinas,, una práctica de escritura libre que permite despejar la mente y conectar con la intuición antes de que el mundo interfiera. Hal Elrod, con su método La mañana milagrosa (The Miracle Morning), propone una fórmula estructurada de hábitos positivos (silencio, afirmaciones, visualización, ejercicio, lectura y escritura) para transformar cada mañana en un terreno fértil. Y desde una mirada contemplativa, Thich Nhat Hanh insiste en que la forma en que comenzamos el día es la forma en que lo vivimos: con prisa o con presencia.
En mi caso, después de leer a estos autores y probar distintas variantes, descubrí que me gusta levantarme a las seis de la mañana (aunque no tiene por qué ser tu caso; lo mejor es encontrar una hora que puedas sostener) para comenzar el día con calma. Suelo hacerlo sin despertador. El día me recibe suave.
Entonces, arranca el ritual.
Preparo un café despacio y lo sirvo en mi taza de lilas, esa que parece abrazar la mañana conmigo. La lista de cosy jazz suena bajito de fondo, como si conociera el tono exacto que necesita mi alma para aterrizar.
Primero, escribo mis páginas matutinas. El bolígrafo rasga el papel con un sonido envolvente, como si cada palabra sacara una hebra de pensamiento suelto y la dejara reposar fuera de mí. Escribir sin filtro, sin dirección, sin juzgar. Solo dejar salir. Dejar que el ruido tenga voz y, al mismo tiempo, se disuelva. Es una forma de vaciarme para poder habitarme. Ideas que quedaron a medio camino entre lo subconsciente y lo consciente encuentran ahí su cauce.
Después, paso a mis afirmaciones. Las tengo previamente escritas, en presente, como si ya fueran realidad. Las leo en voz baja, como quien siembra una intención. No repito lo que quiero tener, sino en quién quiero convertirme. Estas frases ayudan a reeducar mi subconsciente, reprogramando patrones de pensamiento, redirigiendo mi atención hacia lo que realmente deseo y fortaleciendo mi autoimagen.
El poder de las afirmaciones radica en algo muy simple pero profundo: las palabras que nos decimos a diario moldean la forma en que pensamos, sentimos y actuamos. Una afirmación no es solo una frase bonita; es una herramienta mental, emocional y energética capaz de transformar nuestras creencias más profundas. Reescriben el diálogo interno, nos conectan con la intención, refuerzan nuevas creencias, cambian nuestra energía y nos recuerdan, cada día, nuestro poder personal. Lo importante es la constancia.
Este ritual me da estructura. No solo organiza mi mañana: le da sentido al resto del día. Me ancla, me enraíza, me prepara. Es la arquitectura invisible sobre la que construyo lo demás.
Lejos de ser una serie de tareas más en la lista, este ritual se convirtió en un santuario.
Después de asearme y vestirme —aunque trabaje desde casa—, me siento frente al ordenador y reviso mis actividades. Con la mente clara y el cuerpo más despierto, identifico la tarea más importante: la que merece mi atención limpia. Ya no me lanzo al día desde la urgencia. Entro con claridad.
Un buen ritual matutino no tiene que ser largo ni complicado. Solo necesita ser verdadero. Tal vez es un solo gesto repetido con conciencia: prender una vela, abrir una ventana, escribir una línea, estirar los brazos, tomar un sorbo, respirar. Lo importante es que ese momento te conecte contigo antes de conectar con el resto del mundo.
Porque si el día empieza con ruido externo, es fácil perderse. Pero si lo empezamos desde el centro, podemos atravesarlo con claridad. Como dice el poeta: la forma en que haces una cosa, es la forma en que haces todo.
Y así, el modo en que despertamos… transforma el modo en que vivimos.
Ahora me enfrento al mundo desde otro lugar. Más centrada. Más presente. Con menos ansiedad y más dirección. Ya no me lanzo al día como si fuera una batalla: lo habito como un espacio que también construyo. Y esa diferencia lo cambia todo.
No es magia. Es presencia.
No es perfección. Es práctica.
No es tener tiempo. Es darte el tiempo.
Mi ritual matutino no solo cambió mis mañanas: cambió la manera en que vivo.