03/05/2025
Mañana es el Día de la Madre. El primer domingo de mayo. Un día de celebración.
Pero, ¿alguna vez te has preguntado desde cuándo celebramos este día?
Aunque muchas culturas han rendido homenaje a la figura materna desde tiempos antiguos —como los griegos y romanos, que veneraban a diosas como Rea y Cibeles—, el Día de la Madre tal como lo conocemos hoy tiene su origen en Estados Unidos. Fue gracias a Anna Jarvis, quien en 1907 organizó un homenaje en honor a su madre fallecida. Su gesto personal se transformó en un movimiento nacional, y tras años de esfuerzo, logró que en 1914 el presidente Woodrow Wilson proclamara oficialmente el segundo domingo de mayo como el Día de la Madre.
Desde entonces, la celebración se ha expandido por el mundo, adoptando fechas distintas según cada país. En España, por ejemplo, se conmemora el primer domingo de mayo, como lo haremos mañana.
Es cierto que con el tiempo esta fecha se ha vuelto más comercial, pero en su esencia sigue siendo lo mismo: un día para agradecer, recordar, abrazar y celebrar a quienes nos dieron la vida, el cuidado y la ternura que nos formaron.
Este año, yo lo celebraré de una manera sencilla, pero profundamente simbólica: leyendo en voz alta algunas de las poesías que me han conmovido y aquella que escribí inspirada en ella, mi madre. Porque al pronunciar cada verso, no solo dejo que las palabras floten en el aire: invoco su presencia. A través del sonido y la musicalidad, la memoria se encarna, y el amor se convierte en eco.
Leer en voz alta es mi forma de abrazarla sin verla, de escucharla, aunque no hable, de agradecerle con cada sílaba lo que su vida sembró en la mía. Es un ritual íntimo, donde el lenguaje se vuelve puente entre lo que fue y lo que aún late dentro de mí.
Como dijo Virginia Woolf:
“El impacto de la poesía es tan fuerte y directo que, por un momento, no hay otra sensación excepto la del poema mismo.”
Y mañana, en ese momento, ella estará conmigo.
Caricia”
Gabriela Mistral
Madre, madre, tú me besas,
pero yo te beso más,
y el enjambre de mis besos
no te deja ni mirar…
Si la abeja se entra al lirio,
no se siente su aletear.
Cuando tú te vas al cielo,
yo te sigo sin pesar…
Eres tú la nube y yo
la estrellita de detrás;
yo te sigo a donde vayas
con un salto… y nada más
“Te quiero madre”
Mario Benedetti
Te quiero madre
por tu mirada clara
y por tus manos buenas
te quiero porque fuiste
la casa, el pan, la manta
y el corazón abierto.
Te quiero porque hiciste
de todo lo pequeño
una cosa sagrada
y en los duros inviernos
de ausencias y temores
fuiste calor y canto.
Te quiero madre
porque sin decir nada
me enseñaste el coraje
la ternura sin tregua
el deber sin aplausos
la vida sin mentiras.
“Madre”
Pablo Neruda
Madre, nunca vi la luz de tu vientre,
pero en la sombra tuya, mi alma crece.
Eres la tierra que canta en mi sangre,
eres la noche que a mi sueño mece.
Tus manos hicieron mi aliento primero,
con tu silencio formaste mi canto,
y si algún día el dolor me doblega,
será tu amor el que calme mi llanto.
“A mi hijo”
Alfonsina Storni
Duérmete, niño mío.
Duérmete sin cuidado,
que aquí está tu madre
velando a tu lado.
Yo soy la que piensa
en tu porvenir,
la que por ti lucha,
la que sabe sufrir.
Duérmete tranquilo,
duérmete, amor mío,
que yo por tus sueños
velaré el camino.
Inspirada pro la lectura de poesías me he lanzado a componer la mía:
“Mi madre”
Tuvo una gran familia,
como un árbol lleno de pájaros,
siempre con una sonrisa lista,
aunque el día se hiciera largo.
Sabía de cada uno:
quién andaba feliz, quién herido,
y hasta el nombre de los amigos
que cruzaban por el pasillo.
Sus dichos eran ley de casa.
Cuando llovía, sin mirar el cielo,
decía con calma y certeza:
“el que la moja, la seca”,
y salía a rescatar la ropa
tendida en la terraza.
Cuando ya no pudo andar,
le preguntaban por qué no bajaba,
y con una media sonrisa respondía:
“Estoy sentada en el banco de la paciencia.”
Y desde ahí, sin moverse,
seguía viendo todo.
Sabía más que nadie.
Quién se enamoraba,
quién rompía,
quién llegaba tarde
y quién se hacía el distraído.
Era la guardiana discreta
de los días sencillos.
Nunca fue ruido,
pero siempre fue centro.
Nunca pidió,
pero dio todo.
Era hogar sin necesidad de paredes.
Y ahora que no está,
queda su voz flotando en los patios,
queda su risa prendida a los platos,
su banco,
que nunca se vacía.
Madre,
tu voz me sigue cuando callas,
como río secreto en la sangre.
Tu sombra cuida mis pasos
aunque el mundo ruja sin tregua.
Fuiste abrigo antes del frío,
pan antes del hambre,
y canto cuando el silencio
me dejaba sin aliento.
En tus manos vivía el milagro:
curabas con solo tocar,
creabas con solo mirar,
y el mundo era más tierno si estabas.
Hoy, que el tiempo dobla mis días
como viento en ramas viejas,
te pienso más cerca que nunca,
raíces firmes de mi alma entera.
Y si un día no te nombro,
es por miedo a romper el instante,
porque en cada rincón del aire
vive tu amor,
silencioso
y constante.