5 de mayo-Sueño cumplido: flotando en Venecia
05/05/2025
Hace unas semanas tuve la suerte de viajar a esa ciudad con la que tanta gente sueña: Venecia. Y allí cumplí un deseo que llevaba años esperando: montar en góndola por sus canales. No fue solo un paseo turístico, fue una experiencia profundamente simbólica, un momento suspendido en el tiempo que me regaló la ciudad más poética del mundo... y lo mejor de todo: lo viví con mi hija.
Desde que estuve en Las Vegas y vi los canales artificiales del Venetian, supe que algún día quería vivir la experiencia real. No quería imitaciones, por muy bien hechas que estuvieran. Me prometí esperar. Quería el murmullo del agua salobre, las fachadas desgastadas, la historia viva de cada piedra. Y ese día, finalmente, llegó.
Y ese día llegó.
Subimos a la góndola mientras el gondolero —con su camisa de rayas, sonrisa relajada y una elegancia innata— nos daba la bienvenida. El suave vaivén del agua nos envolvió de inmediato, como si la ciudad misma nos meciera entre sus brazos antiguos. Navegamos por canales estrechos, flanqueados por casas viejas, nobles incluso en su decadencia: bajos corroídos por siglos de mareas, rejas oxidadas, balcones que parecían susurrar historias.



La luz de la primavera lo hacía todo aún más especial. El sol se reflejaba en el agua como si bailara a nuestro alrededor. No era solo bonito; era mágico. Era esa Venecia de los libros y los sueños, pero también la real, con su olor particular, su historia palpitante y su belleza imperfecta y serena.
Al salir al Gran Canal, el mundo volvió a acelerarse: turistas, embarcaciones, el bullicio de la Plaza de San Marcos a lo lejos. Pero dentro de la góndola, seguíamos en nuestro propio ritmo. Solo sentía su mano aferrada a la mía, el sonido del agua deslizándose, y una certeza tranquila: estaba viviendo algo único.


Más allá del romanticismo, la góndola es un verdadero símbolo de esta ciudad anfibia. Negra, elegante y con su característica forma asimétrica —más alta de un lado que del otro— que le permite avanzar con un solo remo, es una auténtica obra de arte en movimiento. Cada una se construye a mano siguiendo técnicas tradicionales. En la proa lleva el famoso ferro, una pieza de metal en forma de 'S' estilizada que, además de equilibrar la embarcación, representa los seis distritos venecianos.
Por dentro, suelen tener asientos forrados en terciopelo rojo, con detalles dorados que evocan épocas de esplendor. Y el gondolero, por supuesto, es parte esencial del conjunto: con pantalones oscuros, camiseta de rayas y a veces un sombrero de paja con cinta, no solo conduce la góndola, sino que encarna una tradición que ha sobrevivido siglos. Podría decirse que la góndola es el alma flotante de Venecia.
Aunque la góndola es la estrella indiscutida, en Venecia hay otras embarcaciones que también forman parte de la vida diaria:
Traghetti: Góndolas más grandes y sencillas que cruzan el Gran Canal como si fueran transbordadores. Son de uso local, sin adornos ni romanticismo.
Sandoli: Más pequeñas y funcionales, tradicionalmente usadas para pescar o transportar cosas.
Motoscafi: Lanchas motorizadas que hacen las veces de taxis. Prácticas, rápidas, pero sin el encanto de las góndolas.
Falsas góndolas: Réplicas en otras ciudades que intentan imitar su estética, pero carecen de la historia, el silencio y la magia del original.
Montar en una góndola verdadera no es solo una foto bonita. Es sumergirse en el alma de Venecia, formar parte de una tradición viva que flota —literalmente— sobre siglos de historia.
Ese día no fue simplemente un paseo. Fue un ritual, un regalo de la ciudad, de la vida, de ese sueño que por fin se cumplió. Hay cosas que se posponen, pero cuando llegan... superan todo lo que imaginabas.
Y Venecia, con su góndola negra, sus reflejos dorados y su silencio que canta, me lo recordó.