18/05/2025
Bienvenido/a la newsletter de Pequeños (grandes) placeres de la semana 20, un espacio donde encontrarás inspiración para llevar una vida más feliz: recomendaciones de libros, películas y pequeños momentos que vale la pena atesorar en el día a día.
Cada domingo recibirás un resumen con las entradas de la semana, para que puedas leerlas con calma. Además, siempre incluiré algo nuevo para disfrutar de la magia del fin de semana.
Esta semana he incluido las siguientes entradas:
1.-12 de mayo-Mi primer viaje en business: el placer de viajar despacio
Mi primer viaje en business fue mucho más que un asiento cómodo: fue descubrir otra forma de viajar. Desde que entré en la sala VIP, todo se sintió diferente: más tranquilo, más humano, como si el tiempo bajara el ritmo solo para dejarme disfrutar. Incluso el retraso del vuelo se volvió una excusa perfecta para seguir saboreando el momento sin prisas. Me sorprendí disfrutando del café, del silencio, de mirar por la ventana y de inventar historias sobre otros viajeros. Ese vuelo corto entre Venecia y Madrid terminó siendo uno de los mejores recuerdos del viaje.
Si tienes un rato, te invito a leer esta experiencia; quizá también te animes a viajar más despacio alguna vez.
2.- 13 de mayo- Vivir muchas vidas leyendo biografías
Siempre me ha gustado leer biografías, y en esta entrada comparto por qué: porque me permiten vivir muchas vidas en una sola. No se trata de curiosidad vacía, sino de querer entender, conectar, aprender. Hablo de cómo estas historias reales —como las de Reinas malditas o Divas rebeldes de Cristina Morató, o El Mago de Colm Tóibín— me han tocado, enseñado y hasta consolado. Al final, creo que cada biografía deja algo en nosotros: una emoción, una pregunta, una chispa. Y por eso siempre vuelvo a ellas. ¿Tienes alguna que me recomendarías?
3.-14 de mayo- El placer de lo pequeño: una manicura francesa como acto de autocuidado
En esta entrada cuento cómo un gesto tan simple como hacerme una manicura francesa se convirtió en un momento especial de autocuidado. Con la llegada de la primavera y la graduación de mi hija, sentí la necesidad de celebrarlo también desde lo personal, dedicándome un rato solo para mí. Disfruté cada paso del proceso, no solo por lo estético, sino por lo que significaba: una pausa, una caricia al alma. Reflexiono sobre cómo estos pequeños rituales, lejos de ser superficiales, pueden reconectarnos con nosotras mismas. Si te resuena la idea de cuidarte desde lo cotidiano, te invito a leerla.
4.- 15 de mayo. San Isidro: Madrid en flor, fiesta del alma
San Isidro transforma Madrid cada 15 de mayo: la ciudad se llena de luz, de claveles y de alma castiza. Esta fiesta, que huele a rosquillas y suena a organillo, es mucho más que tradición: es identidad viva. En la pradera se baila chotis, se comparte tortilla y se bebe del agua milagrosa del santo. Me gusta celebrarlo vestida de chulapa, entre verbenas y recuerdos. También hay arte, literatura y rincones históricos que mantienen viva su memoria. Si quieres conocer al Madrid más auténtico, esta es la fiesta que tienes que vivir.
5.- 16 de mayo. Creatividad en la ducha
El otro día, bloqueada frente a la pantalla, decidí rendirme y meterme en la ducha. Sin esperarlo, el agua liberó mi mente y las ideas comenzaron a fluir con naturalidad. Reflexiono sobre cómo estos momentos de relajación activan zonas del cerebro clave para la creatividad, algo respaldado por la ciencia y grandes creadores. También comparto libros que exploran este fenómeno tan cotidiano como poderoso. Si alguna vez has tenido grandes ideas en el baño, esta entrada es para ti.
6.-17 de mayo. Entre telas y recuerdos
Durante un paseo por Lugo descubrí Todo Telas, una tienda de las de antes, donde el tiempo parece detenerse entre texturas y recuerdos. Al entrar, me invadieron aromas y sensaciones que me llevaron directo a mi infancia, a aquellas salidas con mi madre a elegir telas para coser en casa. Entre algodones, lanas y satén, encontré más que materiales: hallé memorias, ideas y el deseo de crear algo propio, con calma. Coser, al final, es una forma de cuidarse y de habitar el presente con las manos.
Te invito a leer esta crónica tejida con nostalgia, color y emoción.
Y como el domingo también merece ser celebrado, quiero compartir contigo uno de mis momentos especiales.
Lectura nada más levantarme un fin de semana cualquiera de primavera
Tengo que reconocerlo: leer me gusta, y mucho. Es una de esas actividades que llenan gran parte de mis momentos especiales. Cuando repaso mi “diario de momentos felices”, los libros aparecen una y otra vez, como protagonistas silenciosos de instantes únicos. Hoy recojo uno de esos placeres sencillos: el de un fin de semana cualquiera, cuando leo en la cama justo al despertar, en una de esas mañanas lentas que solo la primavera sabe regalar.
El sol apenas empieza a asomar por el horizonte, tiñendo el cielo de rosado y dorado. La luz de la mañana se cuela suavemente por las cortinas de lino blanco, llenando la habitación de un resplandor cálido, casi irreal, como si todo aún flotara entre el sueño y la vigilia. El silencio lo envuelve todo, salvo por el canto suave de los pájaros que anuncian el nuevo día.
Aún envuelta en las sábanas, siento el roce casi imperceptible del algodón contra la piel. Una parte de mí se resiste a abandonar el refugio del colchón, que conserva la forma de mi cuerpo y parece decirme, en silencio: quédate un poco más. Es ese momento en el que el mundo todavía no llama, y todo invita a quedarse quieta. Sobre la mesita de noche me espera un ejemplar de La Regenta, con ese olor a nuevo que aún guardan sus páginas, recuerdo reciente de mi última visita a la librería. Solo con mirarlo, siento un cosquilleo de expectación, como si Vetusta me esperara al otro lado de la página. No hay prisa. Lo tomo con calma, paso las primeras hojas y respiro ese aroma tan particular de un libro recién estrenado.
Al alargar la mano, mis dedos rozan su superficie lisa. Esa textura promete más que una historia: es una ventana abierta a otro tiempo, a otra alma. El olor del papel asciende hasta mí como un susurro: nostálgico, envolvente, familiar. Al abrir el libro, el leve crujido de las páginas me da la bienvenida a Vetusta y, con ella, al mundo interior de Ana Ozores.
Cada palabra tiene un peso que se queda en el pecho. Veo las calles empedradas, el caserón del Magistral, los paseos por el campo, el murmullo de los rezos en la catedral. Siento a los personajes cerca, como si respiraran a mi lado. Escucho el juicio callado de las miradas vetustenses, esa vigilancia sutil pero constante de una sociedad encorsetada por la moral y el qué dirán.
La figura de Ana me atrapa desde el primer momento. Su soledad, su necesidad de algo más, su lucha por encontrar sentido en medio de tanta hipocresía me toca profundamente. Casi puedo oler las flores de su tocador, imaginar la textura de sus vestidos oscuros, escuchar el eco de sus pensamientos mientras camina, o mientras se debate entre el deber y el deseo. A través de sus ojos, el mundo se me muestra con una crudeza que, de alguna forma, también es hermosa.
El tiempo se desvanece. Solo existe este diálogo íntimo entre Ana y yo, entre su desasosiego y mi forma de entenderla. No hay compromisos ni relojes. Solo el placer de perderme en la lectura, en esa ciudad inventada que se siente tan real.
Veo al Magistral, don Fermín de Pas, entre la bruma de la sacristía; percibo esa tensión interna entre su poder espiritual y el deseo que lo desborda. Noto la rigidez de Víctor Quintanar, su esposo, atrapado en su mundo de caza y normas, incapaz de comprender el abismo emocional que se abre ante su mujer. Y en ese desfile de personajes —todos con sus luces aparentes y sombras escondidas— me reconozco, al menos en parte.
A medida que avanzo, pienso en las miserias humanas que Clarín retrata con tanta claridad. No son figuras lejanas: son reflejos posibles de quienes me rodean, y también de mí misma. Ana no es solo Ana: es muchas mujeres. Es todas las que alguna vez han sentido el peso del deber enfrentado al deseo, el juicio frente a la libertad.
La luz del sol se intensifica y llena la habitación de un brillo dorado. El canto de los pájaros se mezcla con la brisa suave que entra por la ventana entreabierta. Afuera, la vida sigue su curso, pero yo sigo en Vetusta, acompañando a Ana en su lucha silenciosa contra una vida que no eligió.
El aroma del café que llega desde la cocina me trae de vuelta, por un instante, al presente. Marco la página con cuidado, me incorporo y camino descalzo hasta allí. Me preparo un café y regreso con el calor de la taza entre las manos al nido aún tibio de la cama. Y entre sorbo y sorbo, me dejo llevar de nuevo a Vetusta.
Las horas pasan sin que me dé cuenta. Cada capítulo es un espejo que me invita a detenerme y mirar hacia dentro. Leer se convierte en una forma de estar conmigo misma, de comprender lo que a veces no sé nombrar. Pero el mundo empieza a llamarme, y cierro el libro con una mezcla de calma y melancolía. Ana se queda conmigo, más allá de sus páginas.
Esta mañana con La Regenta no fue solo una lectura: fue un viaje íntimo, una experiencia serena llena de emociones. En la quietud de mi habitación, con el café aún humeante entre las manos y la cama como refugio, recordé por qué amo los libros. Porque en ellos habito muchas vidas, y entre todas ellas, también voy encontrando la mía. Y comprendí, una vez más, que no hacen falta grandes planes para que un fin de semana se sienta especial. A veces, basta con un buen libro, algo de silencio, y el tiempo suspendido en una página.
Encontrarás otros momentos especiales en las entradas resumen de cada una de las semanas:
5. El gozo de escribir con el bolígrafo perfecto ✍️🖤